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Los girasoles: otro cine es posible

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Sobre el filme de Martín Boulocq que se estrenó en el festival A Cielo Abierto

Ante la actual - con pocas excepciones- debacle del cine nacional, uno se va cuestionando dónde quedó la ilusión de cuando una producción boliviana se estrenaba. Hay sin embargo una nueva corriente alejada de los estrenos comerciales, que se esfuerza por difundir sus producciones por otros rumbos, con otros discursos, historias y estéticas, caracterizadas por ser más o menos transgresoras y experimentales.

De esa corriente vimos muchas obras en el II Festival Latinoamericano de Documental A Cielo Abierto, que se realizó la anterior semana en el Centro Simón I. Patiño. Se efectuaron proyecciones de filmes de Eduardo Coutinho (Brasil), Marta Rodríguez (Colombia), Flavia de la Fuente (Argentina) y de realizadores bolivianos como Miguel Hilari, Sergio Estrada, Sergio Bastani y Martín Boulocq.

Este último estrenó Los girasoles, su más reciente cinta. Se trata de una propuesta que parece seguir la estela de su anterior película, Los viejos (2011), apostando por un cine más de autor y contemplativo. Se nos presenta como protagonistas a las flores de un bodegón. Inspirado en el cuadro “Danza de girasoles” del pintor cochabambino Gíldaro Antezana, el documental retrata y explora la amenaza de muerte en el microcosmos de una habitación del cuarto piso de un edificio.

Los girasoles es una propuesta peculiar por cómo aborda la temática y el tiempo en el que transcurre el espacio que envuelve a las flores. Éstas funcionan como testigos del espacio alrededor de ellas, como si se tratara de narradoras que registran el ciclo de nuestras vidas; también funcionan como un espejo de nuestra luz, apogeo y decadencia.

Los recursos visuales son sugerentes. Se juega no solo con lo que acontece desde la quietud, sino también con el espacio inmediato. Si uno observa detalladamente, puede percibir el movimiento de la calle en algunas escenas, lo que hace sentir el paso del tiempo como un asesino de masas. Así, la vida no es más que un registro de dónde y cómo nos vemos.

Los girasoles es un filme que puede generar distintas percepciones, es quizá en ese hecho en el que recala su riqueza simbólica. La fotografía, que a ratos es bellísima, se complementa con la música de Nicolas Uxusiri, logrando momentos cumbre, de esos en los que la conjunción de imagen y sonido alcanza una brillantez con tonos oscuros y grises.

Así como sus características hacen de Los girasoles algo destacable, también le restan méritos. La película de Boulocq puede extenderse un poco de más en todo lo que intenta reflejar. Incluso podría ser más considerada como un videoarte. La intencionalidad del realizador puede verse sobrepasada por la pretensión. Igual que la “Sinfonía n.º 10 en mi menor” de Shostakóvich (que según Boulocq sirvió de inspiración a la hora de filmar), cuando se estrenó en 1953 en Leningrado, Rusia, la película puede generar opiniones mixtas.

Los girasoles es un filme introspectivo que a momentos alcanza la grandeza, como en la escena del clímax entre la noche, las flores, la luna y la música como cómplice. El documental está cuidado visualmente de forma muy minuciosa, expresando a través de unos personajes peculiares los sentimientos y pasiones del hombre, pero con algunos excesos que se pueden volver cansinos.

El festival A Cielo Abierto, tal como dijo el crítico de cine argentino Quintín, invitado al acontecimiento, “es de los más chicos del mundo, pero también de los más acogedores”. Se constituyó como una gran opción frente a la mediocridad de algunas (muy recientes) producciones nacionales, demostrando que no todo el público cinéfilo está en las multisalas y que otro cine es posible.

Andrés Rodríguez R.
dabolar@gmail.com

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